Empecé a trabajar de modelo vivo (posando desnuda para talleres de arte) cuando tenía 18 años porque la distorsión que tenía con mi propio cuerpo físico era algo que me enfermaba a niveles surreales: no salía por que no quería que me vieran “tan fea”, me quedaba en casa comiendo y vomitando repetidamente.

Pero…¿Qué aconteció?

Vivimos en una sociedad en donde el cuerpo de la mujer carga con un peso y una imagen idealizada de lo que “debería ser para ser hermoso”, que, si bien está descongelándose, aún queda mucho por desarmar.

Pareciera un tema superficial, pero no lo es, porque en realidad dice cosas mucho más profundas sobre lo que traemos a nivel ancestral, de nuestro linaje y de cuánto nos amamos a nosotras mismas: nuestro cuerpo es nuestro vehículo de manifestación y ese es el valor que debemos darle para reconocerlo, así, simple, como ES y no como debería “ser”.

Paralelamente podemos ver que mientras más “nos liberamos” de estas creencias sobre el cuerpo, más vemos al cuerpo de la mujer cosificado, pero personalmente, siento que hay una distorsión gigante en esto: “seguimos” (y lo pongo en plural porque #todassomosuna) buscando que la expresión sea para el reconocimiento externo y la atracción del cuerpo como si fuese un objeto y luego, sufrimos cuando nos cosifican y culpamos al hombre por crear este loop (este tópico lo desarrollé en el blog de Septiembre: “El Origen del Abuso”)

Pero mantente atenta hasta el final
para conceptualizar lo que estoy diciendo, amada.

El cuerpo de la mujer es una manifestación de lo Divino, de eso estoy segura: sea como sea su aspecto, el solo hecho de estar encarnado lo hace hermoso. Todas somos hermosas en su única forma, textura, aroma.

Pero la realidad es que nuestro cuerpo, más allá de ser hermoso, también carga con heridas muy profundas no solo de nuestra personalidad, sino también del Alma, y ese dolor representa nuestro agujero existencial que es aprender a amar y ser amadas.

Viniendo de generaciones de tanto abuso, manipulación, juicio, competencia, y mucho más, es inevitable que sintamos un agujero, porque heredamos las memorias de nuestras mujeres y todas estas vivencias generan vacíos, pues somos como mujeres, “quitadas” de nuestra Soberanía de elegir.

Mi invitación es a que aprendas a observar que existen todos los arquetipos dentro tuyo, que cada parte se expresa a través de una Voz interna y que muchas veces esas voces lo que hacen es seguir escarbando el agujero.

¿Cuántas veces haces para que te vean, para recibir reconocimiento?
¿Cuántas veces haces para ser invisible?
Estos dos patrones son los extremos de un mismo hilo:
el agujero existencial que habita en nuestro cuerpo, mente y corazón.

Dentro del trabajo de Pelvis Vital y de La Voz Sexual te enseño a desarmar las memorias de dolor y reconocer a las voces que están distorsionando tu necesidad real: expresarte tal y como eres, sin necesidad de MOSTRAR, pero sí con la necesidad de COMPARTIRTE.

Te leeré y responderé si deseas escribir en los comentarios abajo!
Con amor,
Clara Davaar.